Cada día se despierta, se viste muy a su pesar, sobretodo en invierno, coge su bolso y se lleva una tostada a la boca bien untada de mantequilla y mermelada. Una calle hacia abajo, gira a la izquierda a coger Navas, una manzana más abajo y espera el bus en Meridiana. Subir al bus después de esperar cinco minutos eternos resistiendo el frío polar de Barcelona y encontrarse los mismos zombies de siempre. Echar la cabeza atrás e intentar encajar las piernas para cerrar los ojos y empezar a soñar.
…
Ayer en la frutería, una señora de unos sesenta años me preguntó:
– ¿A que sabe el mango?
– Mmmm… A mango…
– Nunca lo he probado.
– Pues ya toca, ¿no?
Sentí lastima por esa señora que no había probado un mango en su vida y que, probablemente, no lo haría nunca o, en el caso de hacerlo, podría ser una de las mayores aventuras de su vida. Pensé todo esto, equivocada tal vez, y me invadió una sensación momentánea de superioridad hacia esa persona. Luego, todo esto me hizo pensar en que hay cosas en esta vida que nunca voy a probar. Soy esa señora de algún modo; no quiero una vida plana sin probar el mango, se me acaba el tiempo.