Escribo una libreta, la acabo. Escribo en una segunda, paro. Creo un blog privado, escribo diferente, más censurado. Escribo para mí y, de repente, lo quiero difundir. No quiero escribir poesía, pero me está saliendo así. Publico y comparto mis escritos, quiero una opinión que no sea la propia. Nunca se copia, ni se piensa demasiado. En un momento dado, paro, de nuevo pienso. Pienso que ya no tengo recursos nuevos, entonces leo, leo para aprender y encontrar algo nuevo.
Leo blogs en WordPress y en Facebook, todos con títulos entre tristes y esperanzadores. Leo mil posts, y entro en el bucle del infierno, en el que mi cabeza quiere explotar y mi ojo izquierdo se irrita; como mi corazón. Ya he leído cuatro, cinco y cien veces lo mismo sobre el amor, sobre el sexo, sobre la sociedad, sobre la vida en general. Solo cambia el orden de las palabras, la dureza, la tristeza o alegría con lo que se cuenta.
Me aburro a mí misma, aburro las redes sociales, aburro los “me gusta”, aburro los comentarios como “qué bonito” o “me has alegrado el día”. Necesito crear y no creo que quede nada… Esta duda la tenía cuando estudiaba piano y me sentaba frente a una partitura en blanco. Pensaba, ¿queda algo por crear? Las combinaciones de notas, aunque son elevadas, no son infinitas. Muchas de ellas quedan descartadas porque no suenan bien, no son harmónicas. Puede que algún artista vanguardista y psicótico las exponga ante un público poco convencional, pero en general no son muy usadas. Lo mismo pasa con la literatura, hay combinaciones limitadas. La clave del éxito es encontrar una de estas combinaciones que represente el momento histórico-social actual.
Pero ahora… ahora me canso. Es un ir y venir de frases recurridas, usadas hasta perder el olor a limpio aunque las laves. Es asco a lo que existe, al no tener en la mente nada nuevo, nada diferente. No paro de escupir palabras y no puedo detenerlo. Salen solas, me cuesta retenerlas y convivir con la brevedad a la que tanto admiro.
Aun con todo esto, me quiero y me releo.