El sistema te coge, te sacude, te exprime mientras te voltea, te da golpes y te intenta hacer más pequeño. Intenta mantener un hilo de motivación y esperanza en ti para que no te hundas del todo, para darte fuerzas para seguir aguantando. Cada paso adelante es una montaña, cada palabra un dardo.
Mi cuerpo es una inestable montaña rusa de emociones, los altibajos me perturban de tal manera que no encuentro mi consciencia. Sometida a una constante inspección de mis habilidades, la presión de mi propia exigencia me da dolor de cabeza. Y, finalmente, después de motivarme, llorar, callar, gritar, escuchar, analizar, trabajar, fundirme de nervios, lamentar mis errores, enorgullecerme de mis logros; después de todo me recuerdo a mi misma. Recuerdo aquel día en el que nadamos a una isla sin nombre a un kilómetro de la costa de Nacpan beach en Filipinas. Los chicos no se atrevieron y se quedaron cerca de la costa, nosotras no nos lo pensamos, ni siquiera recuerdo tu nombre… Nadamos libres y cuando llegamos a la isla subimos aquella pequeña montaña para apreciar uno de los paisajes más hermosos que he visto nunca, el agua brillaba tan transparente como mis pensamientos.
He dejado de hablar de mi viaje, supongo que porque quiero vivir el presente, pero me da miedo estar olvidando lo que descubrí en él: a mí misma.
Soy capaz de cumplir cada reto que se ponga por delante, no le temo a la vida, pero sí a perderme en el sistema, en la corrupción de los valores.