Cuando entro al bus que me lleva al trabajo por las mañanas se me presentan dos opciones donde sentarme, entre algunas más. Al lado de la gordi1 y de la gordi2.
Alguna vez me he sentado al lado de la gorda 2 y me he arrepentido a los dos segundos de aposentar el culo. La gordi2 tiene siempre mala cara y emite ruidos extraños periódicamente. Lo peor es que es una completa invasora del espacio. Ella cree que por ser gorda merece ocupar parte de mi asiento, así que con su brazo inamovible me recalca sus intenciones de no inmutarse lo más mínimo ante mi llegada. Su perfume impregna mi espacio vital y me ahoga. Sentarse al lado de la gordi2 es un craso error el cien por cien de las veces.
Si me siento al lado de la gordi1 empieza un viaje placentero. Ella respeta tu espacio, su pelo exageradamente largo y rizado (podría ser la perfecta novia de Hagrid) nunca se cruza con ninguna parte de tu cuerpo. Siempre va mirando el móvil, así que sus brazos van echados hacia delante y los tuyos encajan cómodamente apoyados en el respaldo del asiento. Lo mejor de sentarme al lado de la gordi1 es que detrás se sienta la gordi2, así que normalmente no habrá nadie a su lado y podré echar mi respaldo para atrás y echarme una siesta.
Hoy estoy placenteramente sentada al lado de mi gordi1, me disponía a dormir cuando he pensado que echaré de menos las siestas a su lado y me he puesto a escribir sobre ella. Mi querida gordi1.