Ayer ordenando mi habitación me encontré con uno de esos papeles arrugados que escribo cuando me viene la inspiración de repente en el bus, en el metro o sentada en un parque.
Transcribo lo que he podido descifrar del papel, a veces no me entiendo ni yo la letra.
Leyendo los artículos de Larra me doy cuenta que en las personas, sus caracteres, sus principios, son los mismos en cada época. Larra describe prototipos de personas encarnados en algún personaje en concreto. Habla de las actuales (actuales para su época) y antiguas costumbres de priorizar, ante todo, el lujo y la fiesta.
De cómo los más nobles españoles empeñan sus joyas, vestidos, muebles y vajillas para poder pagar la fiesta que darán en su casa, o quizás una merienda con excursión para su pretendida. Y así, va describiendo a personas a las que yo soy capaz de ponerles cara. Tal vez en esta época podríamos cambiar las joyas por un crédito o hipoteca, y las fiestas y meriendas por un coche de gama alta.
En el autobús hoy veo los mismo individuos que en los trenes de aquella época pero con diferentes ropas y complementos. Seguimos dando las mismas excusas para dar explicación a nuestra pereza. Tengo la impresión de que me están mirando y me siento como una observadora inquieta. ¡No tiene sentido! Seguro que debo parecer extraña, intento observarme desde fuera, me cuesta, pero a veces me veo.
Como dice Larra: “Todo, cuando eres joven, acaba remitiendo en tí”. Estoy cansada de ver parejas de ancianos ultra-pijos en el bus y, ahora, me encuentro con una pareja al lado de lo más normal. Son guais, llevan tejanos, el señor lleva una gorra comunista y una cazadora a conjunto con sus pantalones. Su supuesta mujer tiene el pelo rojo y escaso; lleva un pañuelo blanco y negro; una blusa de flores, y dos bolsos, uno con un estampado un tanto estrambótico. Las gafas, a conjunto con las de su marido, van colgadas al cuello. Está el esposo intentando leer una minilibreta y diciendo que no entiende nada. Ahora le habla a su ombligo y le dice: “No fa prou excercici”.
Es mi parada, ya estoy.
Al leerlo ahora, veo frases con poco sentido, veo carencias y desorden en el texto. Pero también recuerdo los momentos de inspiración en los que el tiempo de llegada a mi destino me hace escribir rápido y con energía; porque se acaba, y quiero decirlo todo, quiero expresar de algún modo lo que estoy sintiendo.
Ahora busco de nuevo estas sensaciones, se que pronto van a llegar. Las sensaciones que me ponen la piel de gallina. Las que llegan a través de un paisaje, una situación o una historia de alguien con profundidad.