La primera parte de mi viaje ha sido la subida al norte desde Bangkok con Mar. Se dice que lo más importante de un viaje no es el sitio al que vas sino con quién vas. Realmente es un punto muy importante, ya que todo puede verse desde una perspectiva distinta en función de con quien compartes las experiencias. Mar es una parte de mí que ya conocía, una parte que nunca me gustó demasiado, una parte más acomodada y más prejuiciosa. Es una parte de la que tenía que tomar conciencia para entender que forma parte de mi carácter y que puedo controlarla. Mar también es otra parte de mí más positiva, Mar es fuerza y valor. Es una chica que teniendo solo 21 años emprende un viaje en solitario.
Cuando me subí al taxi que me llevaba al hotel en Bangkok, después de 17h de vuelo, esperaba ver alguna zona con rascacielos mezclado con antigua cultura tailandesa; pero nada más lejos de la realidad. Lo primero que me llamó la atención fue lo sucio que estaba todo, hay basura por todas partes, no me parece una ciudad gris, sino marrón. Es caótica, no siente necesidad de ducharse (como Adriana, con cariño). El estilo sobrecargado de los templos compagina a la perfección con el sistema de cableado, parece como si hubieran ido añadiendo cables en antiguos postes de madera a lo largo de los años. Los olores siempre son los mismos, los puedes saborear todos en Kaoh San Road al llegar, después se van repitiendo paulatinamente a lo largo del camino.
Lo segundo que me llamó la atención es que todos los coches tienen los cristales tintados y son bastante modernos. De cada diez coches que se me cruzaban, había un freetrack antiguo y destartalado con los cristales sin tintar. Al principio los veía todos iguales, pero luego me di cuenta de que hay varios tipos de thais, prototipos que se podrían comparar a los españoles, pero con otras características. Está el thai gordo con chanclas, el thai con pelo largo y coleta con ojos exageradamente rasgados, está el thai flaco que siempre está transportando algo, las thais preciosas de mirada intensa, los ladyboys y las thais feas con la cara pintada de blanco.
Hay dos tipos de supermercados en Tailandia: los 7eleven y los puestos cutres cada 20 metros con un thai aburrido. Es curioso como en los supermercados venden cremas para blanquearte la cara, con lo que ansiamos los europeos una piel bronceada. Todas las chicas que salen en la tele tienen un cutis perfecto y una piel sorprendentemente clara.
Todo es de color rosa, lila y dorado. Mis amigas podrían ser en este país una de las más cotizadas diseñadoras. Recuerdo el autobús desde Ayutthaya a Sukothai, era realmente hortera, al rosa de las cortinas se le había pegado una capa de mierda y varios mosquitos habían sufrido un trágico final aplastados contra las ventanas por alguna mano firme. Me senté en la ventana para contemplar el paisaje, esperando ver montañas verdes selváticas, y solo vi basura. Basura en las cunetas y basura acumulada en las puertas de las casas. Podrían existir vistas preciosas, pero a los thais les falta la necesidad “paisaje” de Los Sims.
La primera parte de mi viaje se traduce en un estado de concienciación, de visión de la realidad del mundo y aceptación de éste. Una vez una chica bastante curiosa me miró los ojos y me dijo que podía ver en ellos que no me gustaba el mundo que veía. Esta experiencia me ha ayudado a aceptarlo. Ver lo que no me gusta de él y entender que tengo que vivir con ello. Que debo acogerlo y darle la mano para reconciliarme con él. La primera parte de mi viaje me da la libertad que necesitaba para dejar atrás complejos e inseguridades, aceptar. El primer día de la primera parte de este viaje empezó el día en que le dije a mi madre que la quiero. Este primer tramo me da una palmada en la espalda para abrir los ojos completamente y desatar el nudo de mi garganta.